1 – El viaje
18 de mayo
Sonó el despertador de mi teléfono
móvil a las 3:00 de la madrugada. Me levanté casi de un salto,
emocionado. Estaba recién afeitado de la tarde anterior, no asomaba
ni un pelo en mis mejillas. Me ducho, desayuno y a las 4:00 nos
ponemos en marcha hacia el aeropuerto de La Coruña (Alvedro).
Llegamos, como era de esperar, antes de las 5:00, así que nos lo
encontramos cerrado. Al rato lo abren, facturo una maleta y enciendo
el móvil. Me encuentro con varios whatsapps de despedida y un par de
emails que me llenan de ánimos para afrontar el día que me espera.
Abren la terminal, me despido de mis padres y entro. Me llama la
atención que hay que atravesar la tienda de regalos para acceder a
la terminal. Al menos es sólo una tienda, no un centro comercial
entero como en Barajas.
A las 6:45 cojo el primer vuelo, el más
corto, hacia Madrid. El viaje se hace breve, menos de una hora.
Curiosamente, pasamos por encima del vertedero ilegal que se incendió
la semana pasada, del cual sale todavía humo blanco. Al otro lado de
una autopista, una urbanización a medio construir, también ilegal.
Marca España. Una vez fuera del avión, busco en los paneles la
siguiente puerta de embarque, pero todavía faltan un par de horas
para la salida. Me tomo un café por el que me clavan 2,2€ y
desayuno unas almendras. El aeropuerto, muy bien señalizado y con
todo muy moderno, parece construido dentro de un centro comercial.
Cogí el siguiente vuelo, hacia Heathrow, pasadas las 10.30.
Este viaje también se me hace corto.
He escogido como acompañante para la jornada a Chaucer, con sus
Cuentos de Canterbury. Nos sirven un aperitivo, un emparedado de
pollo y bacon que está bueno. Una niebla espesa impide ver la costa
de Inglaterra, y hasta que no descendemos para tomar tierra en
Londres apenas se distingue nada. Llegamos a las 13:00 hora española,
12:00 hora local. Cae una agradable llovizna fuera del aeropuerto. El
siguiente vuelo, en principio, saldría a las 16:00 hora local, así
que busco un buen sitio para comer algo y leer. Buen sitio equivale a
buenas vistas del aeropuerto, que no está la economía como para ir
de restaurantes habiendo barritas de cereales en la maleta. Intento
cambiar 5 euros a libras para comprar un botellín de agua, pero
entre tasas y gaitas se quedaba la cosa en 1,15 libras, una miseria.
La chica del Currency Exchange, muy amable, me pregunta para qué
quiero cambiar tan poco dinero y me indica que en una tienda se puede
pagar con euros. Eso sí, el cambio lo dan en libras. Perfecto para
mí, que colecciono monedas. Pago con un billete de 5€ y me
devuelven 2,47 libras. Ni idea de cuánto me costó la botella de
agua, pero he conseguido seis monedas nuevas.
Volviendo a los aviones, la salida del
vuelo se retrasó en tierra hasta las 17:30. Una vez en el avión,
siguen retrasando el vuelo, poco a poco, hasta casi las 18:00. Es
decir, salgo 4 horas tarde y, al estar dentro del avión sin wifi ni
roaming, no he podido avisar a nadie. Me preocupa que quien me vaya a
buscar al aeropuerto en Beijing no espere cuatro horas sin tener
noticias mías. Nos sobornan a medida que pasan las horas con
paquetes de galletas saladas con ajo, soborno que me parece muy
eficaz. En el avión nos ofrecieron cepillo y pasta de dientes, unos
auriculares, una manta para dormir y una almohada.
Durante este vuelo se me cayeron dos
mitos: que la comida de los aviones es mala y que los baños son muy
estrechos (será cosa de mi talla). Los asientos tenían delante una
pantalla interactiva, con la que podías ver películas, escuchar
música o comprobar la posición actual del avión en un mapamundi.
También indicaban la velocidad actual, la altitud y el tiempo
estimado de llegada. Me parecieron bastante útiles. Por la noche
escuché por orden las sinfonías de Mozart, y por la mañana los
ensayos en chelo de Bach. La cena fue todo un manjar: de primer
plato, patatas con ali-oli y salmón. De segundo, cerdo con una salsa
extremadamente picante, arroz y verduras. Un bollo de pan,
mantequilla, queso de untar, salsa de soja (en un recipiente de
plástico con forma de pez), leche de sobre, galletas y una mousse de
chocolate. Ofrecían para beber un té rojo que estaba muy bueno. Me
declaro fan de British Airways y su servicio de catering.
Cenamos cuando nos encontrábamos sobre
Dinamarca, y cuando llegábamos a Finlandia (a las 22:00 hora de
Londres) apagaron las luces. Me costó bastante dormir con tanto
traqueteo, tardé un par de horas. Cuando desperté, estábamos en
algún punto entre Rusia, Mongolia y China, a hora y media de
aterrizar. El desayuno también consistía en comida china: un
“congree” de pollo, sopa de arroz y cebolla; una tarrina de zumo;
cereales con sabor a mango y un bollo de crema. Café y leche de
sobre para ayudar a digerirlo. Al ir al baño del avión para
cepillarme los dientes (nos dieron cepillo y un tubo de pasta en
miniatura) me fijé en que ya me asomaban pelos de la barba.
El paisaje bajo el avión era de una
llanura desolada, sin vegetación ni señales de vida humana. Se
habían formado cristales de hielo en la ventana, en la parte donde
hay un agujerito para igualar la presión exterior con la interior y
suele condensarse agua. A una hora de Beijing comenzaron a aparecer
las primeras estructuras, primero largas carreteras de color blanco
(sin asfaltar, deduzco), luego carreteras de color negro y
posteriormente ciudades. Pasamos sobre unos montes, que dieron paso a
laderas cubiertas por terrazas donde se cultiva arroz. A 10min de
llegar a Beijing apareció bajo nosotros una presa monstruosamente
grande. Pensé que podría tratarse de las Tres Gargantas, pero esta
se encuentra más al sur. A medida que nos seguíamos aproximando y
el avión daba vueltas en amplios círculos para posicionarse frente
al aeropuerto, pasamos sobre otra presa; también enorme aunque no
tanto, con cuatro caracteres en alfabeto chino pintados en blanco.
Por fin aterrizamos en el aeropuerto
internacional de Beijing. La hora local es 7 más que en Londres, es
decir, 6 más que en España. Aterrizamos aproximadamente a las 13:00
hora local, cuando la hora a la que había previsto mi aterrizaje
eran las 9:00. En los urinarios del baño encontré un anuncio muy
peculiar que me hizo sonreír: “We aim to please you, so you aim
too, please”. Tuve que presentar el visado en la aduana, como era
de esperar, y una ficha de inmigración que nos habían repartido
durante el vuelo. Una vez terminado, salí hacia la sala de espera de
la terminal, donde me esperaba… nadie en absoluto.
2- Llegada al país de Mao
19 de mayo
*Nota aclaratoria* La primera parte del
texto, la del viaje, la escribí al final de mi primer día en China.
Esto lo estoy escribiendo la mañana del segundo día. Al principio
no estaba convencido de si merecía la pena escribir nada de esto, ya
que fue iniciativa de mi madre. Sin embargo, tras una abrumadora
cantidad de pequeños detalles que he visto desde ayer hasta hoy,
creo que sí será interesante dejar por escrito las cosas que vivo
aquí. La diferencia de culturas es bastante mayor de lo que había
previsto antes del viaje. Dicho esto, prosigo con el relato.
Durante mi espera en Heathrow había
escrito en un folio el nombre de la persona que me iría a esperar al
aeropuerto de Beijing: el doctor Bi-Cheng, de la Beijing Forestry
University. Tras dar una vuelta por la sala de espera mostrando el
papel, caí en la cuenta de que nadie me estaba esperando allí.
Intenté conectarme a la red wifi del aeropuerto, pero no lo conseguí
ni con el móvil ni con el portátil. Comencé preocuparme en serio.
En Heathrow no había conseguido enviar whatsapps a España, pero sí
emails. La cuenta de email que uso normalmente, y esto tenía más
importancia de la que yo pensaba, es de Gmail. Gmail, que pertenece a
google. Como recurso desesperado, aunque creía que mi teléfono no
funcionaría, intenté llamar al único número de teléfono que
conocía en China: el profesor Fei-Hai Yu, también de la BFU, que
había dirigido la tesis del Dr. Bi-Cheng. Funcionó, pude hablar con
él, pero resultó que ninguno de nosotros hablaba demasiado bien
inglés, por lo que la conversación por teléfono fue farragosa.
Entendí que el Dr. Bi-Cheng estaba en el aeropuerto todavía, pero
no en la terminal, y que lo llamara. Cuando pregunté cuál era su
número, el Prof. Fei-Hai colgó.
El aeropuerto de Barajas tiene un metro
no tripulado que une la terminal 4 con la 4S (satélite), que yo
había cogido el día anterior. También el aeropuerto de Heathrow
tiene un sistema parecido, al menos en la terminal internacional. El
aeropuerto de Beijing cuenta con un tren, no sabría decir si
tripulado o no, que une el aeropuerto con la terminal internacional.
Este tren realiza parte del trayecto en la superficie y a una
velocidad relativamente baja. Se ve que el tren es viejo en
comparación con los otros, pero es igual de útil. Durante el
trayecto recibí otra llamada, esta vez del Dr. Bi-Cheng. Su inglés
era (es) bastante malo, y me costó entender lo que decía. EL mío
tampoco es para tirar cohetes, especialmente la pronunciación. Por
fin entendí que me esperaba en el Currency Exchange de la entrada.
Perfecto, pues. Sin embargo, todavía me hice un lío a la hora de
recoger mi maleta facturada. Con los nervios de encontrar al Dr.
Bi-Cheng, busqué la maleta en la primera cinta transportadora que
vi, creyendo que era la única. Luego vi que en otra estaban
descargando maletas de un vuelo procedente de Londres, pero tampoco
la encontré. Cuando dejaron de aparecer maletas fui a información a
preguntar, entonces me di cuenta de que se trataba de un vuelo
diferente al mío, que había llegado hacía más de una hora. La
cinta con las maletas de mi vuelo estaba vacía y parada, encontré
mi maleta apartada en una esquina. Con todo dispuesto y tras cruzar
varias llamadas más con el Dr. Bi-Cheng (descubrí que él me podía
enviar sms pero yo a él no), me dirigí a la salida. Me encontré de
frente con una barandilla atestada de gente, con folios con el nombre
de la persona a la que estaban esperando. Visto desde esa
perspectiva, yo había montado un follón por nada. Todo lo que tenía
que hacer en un principio era salir de la terminal, coger la maleta y
salir del aeropuerto. Perdí casi una hora dando vueltas, la cual se
sumó a las cuatro horas de retraso del vuelo.
Encontré casi al final, frente al
Currency Exchange, un cartel con mi nombre. Mi sorpresa fue enorme al
ver que el Dr. Bi-Cheng semejaba un adolescente, y le acompañaba un
estudiante de doctorado del Prof. Fel-Hai (cuyo nombre no recuerdo,
pues no lo he visto por escrito y mi memoria es mala hasta para los
nombres europeos) que parecía otro adolescente, regordete. Nos
saludamos y antes de abandonar el aeropuerto aproveché para cambiar
dinero. Recordemos que en Londres el cambio por 5€ era 1,15 libras.
Aquí, ya cansado de tantas vueltas, decidí cambiar 50€, por si
volvía a perderme y necesitaba comprar comida. Me advirtieron que la
tasa era de 60 yuanes, pero no me detuve a pensar si era mucho o
poco. El resultado fueron 279 yuanes, en distintos billetes y
monedas. Desde luego, de hambre no voy a morir durante mi estancia.
Eso espero, vaya. Haciendo un cálculo incluyendo la tasa, el cambio
sale a 6,78 yuanes por euro. Tenía entendido que la tasa de cambio
era de 7 en el mejor de los casos y que en el aeropuerto solía ser
bastante mala, en torno a 5. En fin, mejor.
Fuimos a la parada de taxis de la
salida y me encontré con la primera diferencia cultural: aquí no se
usan los cinturones de seguridad. Deberían, ya que los vehículos
llevan y hay por la autopista señales indicando su uso, pero los
asientos del taxi no tenían dónde enganchar los cinturones. Durante
el viaje estuve hablando con mis compañeros. El estudiante de nombre
desconocido me preguntó si yo estaba casado, me reí y respondí que
no. Luego me preguntó por la edad. Cuando le dije que tenía 23
años, ambos se giraron a la vez, sorprendidos. Resulta que ellos,
pese a parecer adolescentes, eran algo mayores que yo. El estudiante
tiene 26 años y el Dr. Bi-Cheng 30. Yo les parecía muy joven,
particularmente cuando dije que estaba en mi primer año de tesis y
que era mi primer viaje al extranjero. Tampoco debería extrañarme,
ya en España la gente me echa por lo general más años de los que
tengo. Durante el viaje desde el aeropuerto a la ciudad vi varias
cosas peculiares: coches adelantando por el arcén de la derecha como
si se tratase de otro carril; un autobús grande, de dos vagones (no
conozco la forma correcta de llamar a eso), circulando con el capó
trasero abierto y el motor echando humo; y un coche que se paraba
casi en seco, recibiendo muchas pitadas, para atravesar en línea
recta cuatro carriles y meterse por un desvío. Recordé que alguien
me había dicho que debería traer a China el carnet de conducir, por
si me surgía la necesidad. Rotundamente no, gracias. De todos modos,
aquí no serviría para nada. Pasamos al lado de edificios
descomunales, no como los que estoy acostumbrado a ver en Coruña.
Bloques de viviendas de 20 o 30 plantas por doquier, cada ventana con
su aire acondicionado correspondiente. El viaje en taxi hasta la
universidad, que duró más de media hora, costó 95 yuanes. Me fijé
en ese detalle para tener una referencia, sabiendo que había sido un
viaje largo. Caro que, cuando pregunté si la universidad estaba
lejos del centro de la ciudad, la respuesta que obtuve fue “no,
está cerca, a 30Km”. A un paseo, vaya.
Llegamos por fin a la BFU, tras haber
pasado frente a otras universidades que tenían su nombre indicado
sobre el edificio con letras enormes de neón rojo. El edificio
principal de la BFU, que yo había visto en fotos, tiene 12 plantas y
es más ancho que alto. Comenté lo grande que me parecía, a lo que
mis compañeros se rieron y respondieron que no, que era pequeño.
Atravesamos una puerta de seguridad con vigilantes, que me indicaron
estaba cerrada a partir de las 19:00 (aunque a menos de 100 metros
hay otra puerta abierta las 24h). Esa era la puerta sur a la BFU. La
BFU está compuesta por varios edificios, cada uno destinado a una
función. Entre los edificios hay carriles para la circulación de
coches bicicletas, así como unos jardines amplios y con numerosas
plantas, muy bien cuidadas. Me comentaron que había unas 1000
especies, lo cual no me parece descabellado viendo el tamaño de los
jardines. Nos dirigimos al edificio principal, el que tiene el nombre
de la BFU sobre el tejado. Para acceder tuvimos que pasar por debajo
de unas escaleras inmensas, que llevan a la primera planta del
edificio. Bajo estas escaleras, frente a la entrada al edificio
principal, había estacionadas cientos de bicicletas y motocicletas.
Viendo lo grande que es todo en esta ciudad, me explico que la gente
prefiera esos medios de transporte a ir andando.
Al entrar en el edificio vi cuatro
carteles con fotografías de la policía y advertencias, pero al
estar escritos en chino no entendí nada de lo que ponían. Subimos
en ascensor hasta la última planta, la 12, donde está el
departamento en el cual trabajaré, el cual si no me confundo se
llama “Wetlands ecology”. Me fijé al subir en el ascensor que el
edificio tiene planta 4, ya que había escuchado que muchos edificios
en China omiten esta planta por ser el carácter correspondiente
parecido al de “muerte”. Dejé mis maletas en el despacho del Dr.
Bi-Cheng, y antes de realizar los trámites necesarios tras mi
llegada me detuve unos minutos para ponerme en contacto con mi
familia, que no tenía noticias mías desde el día anterior. Fue
entonces cuando me explicaron que aquí en China no funciona Gmail,
al no funcionar Google, ni tampoco funciona Facebook. No haré
comentarios al respecto, ya que implican puntos de vista políticos y
no es ese el motivo por el que escribo mis experiencias en China.
Puedo sobrevivir sin Facebook perfectamente seis meses, el problema
es la cuenta de correo electrónico. Probé el correo de la UDC,
Zimbra, y ese funcionaba, pero no me dejaba enviar un correo a mi
madre, que usa Gmail, así que me puse en contacto con mi director de
tesis en la UDC, el Prof. Sergio Roiloa, para indicarle que había
llegado bien y que se pusiera en contacto con mi madre. Parecerá una
tontería, no es que yo tuviera necesidad urgente de contactar con mi
familia, pero me imaginaba que estarían preocupados al no tener
noticias mías.
Conocí entonces al Prof. Peter Alpert,
de California, que está realizando una estancia en la BFU, al igual
que yo. Haré aquí un pequeño inciso: los profesores Fei-Hai y
Roiloa se conocieron hace años mientras realizaban sus
postdoctorados en California, bajo la supervisión del profesor
Alpert. Es debido a esto que me hallo realizando una estancia en
China actualmente. El Prof. Alpert es una eminencia en el campo de
las plantas invasoras y he revisado numerosos trabajos suyos como
bibliografía para mi tesis. Resulta de lo más agradable (y útil,
por descontado) trabajar con gente tan ilustrada. Resultó ser un
hombre mayor, con el pelo ya cano, que habla poco pero en un perfecto
inglés. También habla algo de español. Finalmente conocí al Prof.
Fei-Hai, que me dio la bienvenida a la BFU.
Pasé entonces a realizar una serie de
trámites con el Dr. Bi-Cheng, de los cuales no entendí casi nada,
pues hablaba en chino con el resto de la gente. Mientras íbamos de
un edificio a otro, pasamos entre dos particularmente grandes, uno de
30 plantas y otro de más de 20. Me quedé sorprendido y le pregunté
si seguíamos en la BFU. Al no entender la pregunta, pregunté si
esos edificios eran parte de la BFU. Me respondió que sí, que eran
parte de la residencia femenina. Posteriormente comentó que hacía
falta una hora para dar un paseo alrededor de la BFU. Tranquilamente
es más grande que todas las facultades y residencias de la UDC
juntas, y se trata sólo de la Universidad Forestal. Siempre que
comento lo grande que me parece la BFU, la gente se ría y responde
que es pequeña en comparación con otras.
Volviendo a los trámites, fuimos en
primer lugar al edificio de relaciones internacionales, donde
entregué la carta de admisión, otro documento que ellos me habían
enviado hace meses por correo y fotocopiaron mi visado. Se aseguraron
de que mi estancia en el país fuera a ser menor que el límite del
visado, que son 180 días (clase X1, la X2 es para estancias de
estudio mayores). A continuación fuimos a solicitar una tarjeta
electrónica recargable, para usar por ejemplo en el comedor.
Respondieron que las tenían agotadas y que regresara en dos semanas.
Fuimos por último a la residencia para estudiantes extranjeros,
donde o pensaba que me quedaría. El Dr. Bi-Cheng pensaba lo mismo.
Sin embargo, al llegar nos dieron una bolsa enorme con un edredón y
una almohada. Recuerdo claramente la escena que ocurrió a
continuación, pues parece sacada de un anime: El Dr. Bi-Cheng y yo,
agarrando cada uno una de las asas de la bolsa, atravesando una calle
con peatones y bicicletas, al lado de una autovía con un paso
elevado para cruzarla, enfrente de un hotel con caracteres chinos de
neón y un restaurante chino (cómo no) en la planta baja, con
soldados de terracota vigilando las puertas.
Todo parece indicar que ese hotel será
mi residencia los próximos seis meses. Al registrarme, me dieron una
llave electrónica con la que acceder al hotel y abrir la habitación.
Por lo visto, este hotel, situado entre dos entradas a la BFU, es el
que ocupan los estudiantes extranjeros que no residen dentro del
recinto de la universidad. Sucedió que subimos a la última planta,
donde está mi habitación, y al abrir la puerta encontramos que
había alguien viviendo allí. Mientras esperábamos en el pasillo y
el Dr. Bi-Cheng preguntaba si se había producido algún error,
apareció un hombre de aspecto árabe, que nos saludó efusivamente.
Parecía conocerme y dijo que sería mi compañero de habitación.
Cuando se hubo marchado, el Dr. Bi-Cheng y yo intercambiamos una
mirada de asombro y él realizó varias llamadas por teléfono,
buscando otra alternativa habitacional. Comentó incluso la idea de
que me fuera a vivir con él, pese a que su casa sólo tiene un
dormitorio y yo tendría que dormir en la sala de estar.
Seguíamos discutiendo las opciones,
cuando mi compañero de habitación salió por el pasillo, vestido
con atuendo deportivo, y se despidió muy amablemente. Al verlo esta
segunda vez, pensé que mi primera impresión de rechazo había sido
exagerada, de modo que entramos en la habitación para dejar el
edredón y la almohada. No estaba tan desordenada como me había
parecido al abrir la puerta por primera vez. Había plantas en la
ventana y en el cuarto de baño, incluso una pecera con su pez
correspondiente nadando entre las raíces de una. Quitando el
desorden general, debido a que el espacio era escaso, la habitación
estaba aceptablemente limpia. El baño estaba algo más descuidado,
la ducha consiste en losas de piedra separadas del resto del suelo
por ladrillos. Un poco rústico, pero suficiente para cumplir las
funciones básicas. Véase: dormir, ducharse y usar el retrete.
Ya eran las 17:30 cuando regresamos a
la facultad. Salimos a cenar con los profesores Fei-Hai, Alpert y una
estudiante de doctorado de Fei-Hai. El lugar escogido resultó ser el
restaurante debajo de mi hotel. Teníamos una mesa reservada, de las
que son circulares y tienen una plataforma de cristal en el centro,
que se hace girar. No me enteré de qué platos se pidieron, pues la
conversación fue en chino, pero describiré lo que cenamos: En
primer lugar, una fuente con verduras semejantes a césped y carne de
ternera. Una especie de hamburguesa con dos bollos de pan, carne
picada y cebolla. Un plato de soja con otras verduras (soja de
verdad, no lo que venden en los supermercados de España y en
realidad son judías Mungo). Un bol con sopa de setas que no llegué
a probar. Una fuente enorme de sopa de pescado, con un color amarillo
intenso. Un plato con bolas semejantes al helado de nata, que era en
realidad patata, cubiertas con salsa morada. Por último, una olla
con tofu. Nunca lo había probado antes de venir a China
(probablemente el de España sea una imitación mala), pero a
presentación era peculiar. La olla, que se apoyaba sobre patas,
estaba tan caliente que parte del tofu estaba hirviendo y humeaba. La
base de la olla estaba candente por algunos puntos.
Para beber, pedimos cerveza y trajeron
además una jarra fría de zumo, morado, de una fruta cuyo nombre no
recuerdo pero que pienso comprar, pues estaba delicioso. La cerveza
merece mención aparte. Eran botellas de medio litro, con líquido de
color claro como el champagne, que supuestamente tenían 10 grados de
alcohol. Supongo que la graduación china tiene un factor de
conversión del 1000%, porque me la bebí como si de agua carbonatada
se tratara, mientras que algunos de los presentes mostraban signos de
embriaguez al final de la noche.
Los platos de comida se colocaban en la
plataforma de cristal, que se hacía girar cada cierto tiempo
(siempre en un mismo sentido) para que todos pudiéramos comer de
cada plato. Otra utilidad de la plataforma de cristal son los
brindis. Una vez llena la mesa de comida, en lugar de chocar las
copas en lo alto, se golpean dos veces contra el cristal y luego se
bebe. En lugar de “chin-chin”, que es la expresión típica en
España, aquí dicen “cheers”, que es típica de los países
anglosajones. Para mi horror, sólo había a la mesa palillos y en el
restaurante no tenían tenedores. Sin embargo, tras mucho empeño,
conseguí llevarme algo a la boca. Las sopas se tomaban en un cuenco
con una cuchara. La de pescado estaba tan picante que no conseguí
tomar más de tres cucharadas. Por lo demás, el puré de patata y la
soja estaban deliciosos. Cuando pregunté si se trataba de helado,
comenzaron a explicarme que se trataba de la “capa protectora” de
un animal, haciendo referencia con gestos a la capa de grasa del
estómago. Luego dijeron que era una broma, que en realidad se
trataba de patata.
Durante los últimos años he tenido
ciertos problemas a la hora de alimentarme en España. Digamos que
soy bastante tiquismiquis con lo que como. Sin embargo, durante mi
estancia aquí pienso ponerle remedio. Si no sé qué estoy comiendo,
no tendré problemas para comerlo, así de simple.
Al final de la velada nos dirigimos de
nuevo a la universidad. Eran ya las 19:00 y comenzaba a ponerse el
sol. Nos despedimos, recogí mis maletas y me dirigí junto con el
Dr. Bi-Cheng al hotel. Allí nos cruzamos con mi compañero de
habitación, que se ofreció amablemente a llevar mi maleta. Una vez
en la habitación, comenzó a hablar en chino con el Dr. Bi-Cheng. Me
parecía sorprendente que un extranjero pudiera tener semejante
dominio del chino, lo cual me da esperanzas de hacer lo propio.
Resultó ser pakistaní y su nombre es Aini. Cuál fue mi sorpresa al
enterarme de que se dedica a lo mismo que yo: está haciendo una
tesis doctoral en ecología. Incluso me enseñó los manuscritos de
varios de sus papers. Lleva un año en Beijing, por lo cual me parece
meritorio su forma tan desenvuelta de hablar chino. Tras ayudarme con
las maletas y disculparse por el desorden general de la habitación,
me dio algunas indicaciones para desenvolverme por la universidad. Un
detalle de la habitación, en el que no había reparado
anteriormente, es que las camas tienen tablones por los laterales
casi hasta el suelo, lo cual impide colocar cosas debajo, ni siquiera
calzado. Me parece un error grave de diseño.
Había sido un día largo y agotador
(dos días, más bien), así que caí rendido en cuanto me metí en
la cama. Dos detalles más: el primero, las ventanas aquí no tienen
persianas, sino que se cierran por la noche con cortinas. El segundo,
hace tanto calor que las camas no tienen sábanas, se duerme
echándose el edredón por encima. Y resulta de lo más cómod