domingo, 29 de mayo de 2016

El gran viaje

1 – El viaje
18 de mayo
Sonó el despertador de mi teléfono móvil a las 3:00 de la madrugada. Me levanté casi de un salto, emocionado. Estaba recién afeitado de la tarde anterior, no asomaba ni un pelo en mis mejillas. Me ducho, desayuno y a las 4:00 nos ponemos en marcha hacia el aeropuerto de La Coruña (Alvedro). Llegamos, como era de esperar, antes de las 5:00, así que nos lo encontramos cerrado. Al rato lo abren, facturo una maleta y enciendo el móvil. Me encuentro con varios whatsapps de despedida y un par de emails que me llenan de ánimos para afrontar el día que me espera. Abren la terminal, me despido de mis padres y entro. Me llama la atención que hay que atravesar la tienda de regalos para acceder a la terminal. Al menos es sólo una tienda, no un centro comercial entero como en Barajas.
A las 6:45 cojo el primer vuelo, el más corto, hacia Madrid. El viaje se hace breve, menos de una hora. Curiosamente, pasamos por encima del vertedero ilegal que se incendió la semana pasada, del cual sale todavía humo blanco. Al otro lado de una autopista, una urbanización a medio construir, también ilegal. Marca España. Una vez fuera del avión, busco en los paneles la siguiente puerta de embarque, pero todavía faltan un par de horas para la salida. Me tomo un café por el que me clavan 2,2€ y desayuno unas almendras. El aeropuerto, muy bien señalizado y con todo muy moderno, parece construido dentro de un centro comercial. Cogí el siguiente vuelo, hacia Heathrow, pasadas las 10.30.
Este viaje también se me hace corto. He escogido como acompañante para la jornada a Chaucer, con sus Cuentos de Canterbury. Nos sirven un aperitivo, un emparedado de pollo y bacon que está bueno. Una niebla espesa impide ver la costa de Inglaterra, y hasta que no descendemos para tomar tierra en Londres apenas se distingue nada. Llegamos a las 13:00 hora española, 12:00 hora local. Cae una agradable llovizna fuera del aeropuerto. El siguiente vuelo, en principio, saldría a las 16:00 hora local, así que busco un buen sitio para comer algo y leer. Buen sitio equivale a buenas vistas del aeropuerto, que no está la economía como para ir de restaurantes habiendo barritas de cereales en la maleta. Intento cambiar 5 euros a libras para comprar un botellín de agua, pero entre tasas y gaitas se quedaba la cosa en 1,15 libras, una miseria. La chica del Currency Exchange, muy amable, me pregunta para qué quiero cambiar tan poco dinero y me indica que en una tienda se puede pagar con euros. Eso sí, el cambio lo dan en libras. Perfecto para mí, que colecciono monedas. Pago con un billete de 5€ y me devuelven 2,47 libras. Ni idea de cuánto me costó la botella de agua, pero he conseguido seis monedas nuevas.
Volviendo a los aviones, la salida del vuelo se retrasó en tierra hasta las 17:30. Una vez en el avión, siguen retrasando el vuelo, poco a poco, hasta casi las 18:00. Es decir, salgo 4 horas tarde y, al estar dentro del avión sin wifi ni roaming, no he podido avisar a nadie. Me preocupa que quien me vaya a buscar al aeropuerto en Beijing no espere cuatro horas sin tener noticias mías. Nos sobornan a medida que pasan las horas con paquetes de galletas saladas con ajo, soborno que me parece muy eficaz. En el avión nos ofrecieron cepillo y pasta de dientes, unos auriculares, una manta para dormir y una almohada.
Durante este vuelo se me cayeron dos mitos: que la comida de los aviones es mala y que los baños son muy estrechos (será cosa de mi talla). Los asientos tenían delante una pantalla interactiva, con la que podías ver películas, escuchar música o comprobar la posición actual del avión en un mapamundi. También indicaban la velocidad actual, la altitud y el tiempo estimado de llegada. Me parecieron bastante útiles. Por la noche escuché por orden las sinfonías de Mozart, y por la mañana los ensayos en chelo de Bach. La cena fue todo un manjar: de primer plato, patatas con ali-oli y salmón. De segundo, cerdo con una salsa extremadamente picante, arroz y verduras. Un bollo de pan, mantequilla, queso de untar, salsa de soja (en un recipiente de plástico con forma de pez), leche de sobre, galletas y una mousse de chocolate. Ofrecían para beber un té rojo que estaba muy bueno. Me declaro fan de British Airways y su servicio de catering.
Cenamos cuando nos encontrábamos sobre Dinamarca, y cuando llegábamos a Finlandia (a las 22:00 hora de Londres) apagaron las luces. Me costó bastante dormir con tanto traqueteo, tardé un par de horas. Cuando desperté, estábamos en algún punto entre Rusia, Mongolia y China, a hora y media de aterrizar. El desayuno también consistía en comida china: un “congree” de pollo, sopa de arroz y cebolla; una tarrina de zumo; cereales con sabor a mango y un bollo de crema. Café y leche de sobre para ayudar a digerirlo. Al ir al baño del avión para cepillarme los dientes (nos dieron cepillo y un tubo de pasta en miniatura) me fijé en que ya me asomaban pelos de la barba.
El paisaje bajo el avión era de una llanura desolada, sin vegetación ni señales de vida humana. Se habían formado cristales de hielo en la ventana, en la parte donde hay un agujerito para igualar la presión exterior con la interior y suele condensarse agua. A una hora de Beijing comenzaron a aparecer las primeras estructuras, primero largas carreteras de color blanco (sin asfaltar, deduzco), luego carreteras de color negro y posteriormente ciudades. Pasamos sobre unos montes, que dieron paso a laderas cubiertas por terrazas donde se cultiva arroz. A 10min de llegar a Beijing apareció bajo nosotros una presa monstruosamente grande. Pensé que podría tratarse de las Tres Gargantas, pero esta se encuentra más al sur. A medida que nos seguíamos aproximando y el avión daba vueltas en amplios círculos para posicionarse frente al aeropuerto, pasamos sobre otra presa; también enorme aunque no tanto, con cuatro caracteres en alfabeto chino pintados en blanco.
Por fin aterrizamos en el aeropuerto internacional de Beijing. La hora local es 7 más que en Londres, es decir, 6 más que en España. Aterrizamos aproximadamente a las 13:00 hora local, cuando la hora a la que había previsto mi aterrizaje eran las 9:00. En los urinarios del baño encontré un anuncio muy peculiar que me hizo sonreír: “We aim to please you, so you aim too, please”. Tuve que presentar el visado en la aduana, como era de esperar, y una ficha de inmigración que nos habían repartido durante el vuelo. Una vez terminado, salí hacia la sala de espera de la terminal, donde me esperaba… nadie en absoluto.

2- Llegada al país de Mao
19 de mayo
*Nota aclaratoria* La primera parte del texto, la del viaje, la escribí al final de mi primer día en China. Esto lo estoy escribiendo la mañana del segundo día. Al principio no estaba convencido de si merecía la pena escribir nada de esto, ya que fue iniciativa de mi madre. Sin embargo, tras una abrumadora cantidad de pequeños detalles que he visto desde ayer hasta hoy, creo que sí será interesante dejar por escrito las cosas que vivo aquí. La diferencia de culturas es bastante mayor de lo que había previsto antes del viaje. Dicho esto, prosigo con el relato.
Durante mi espera en Heathrow había escrito en un folio el nombre de la persona que me iría a esperar al aeropuerto de Beijing: el doctor Bi-Cheng, de la Beijing Forestry University. Tras dar una vuelta por la sala de espera mostrando el papel, caí en la cuenta de que nadie me estaba esperando allí. Intenté conectarme a la red wifi del aeropuerto, pero no lo conseguí ni con el móvil ni con el portátil. Comencé preocuparme en serio. En Heathrow no había conseguido enviar whatsapps a España, pero sí emails. La cuenta de email que uso normalmente, y esto tenía más importancia de la que yo pensaba, es de Gmail. Gmail, que pertenece a google. Como recurso desesperado, aunque creía que mi teléfono no funcionaría, intenté llamar al único número de teléfono que conocía en China: el profesor Fei-Hai Yu, también de la BFU, que había dirigido la tesis del Dr. Bi-Cheng. Funcionó, pude hablar con él, pero resultó que ninguno de nosotros hablaba demasiado bien inglés, por lo que la conversación por teléfono fue farragosa. Entendí que el Dr. Bi-Cheng estaba en el aeropuerto todavía, pero no en la terminal, y que lo llamara. Cuando pregunté cuál era su número, el Prof. Fei-Hai colgó.
El aeropuerto de Barajas tiene un metro no tripulado que une la terminal 4 con la 4S (satélite), que yo había cogido el día anterior. También el aeropuerto de Heathrow tiene un sistema parecido, al menos en la terminal internacional. El aeropuerto de Beijing cuenta con un tren, no sabría decir si tripulado o no, que une el aeropuerto con la terminal internacional. Este tren realiza parte del trayecto en la superficie y a una velocidad relativamente baja. Se ve que el tren es viejo en comparación con los otros, pero es igual de útil. Durante el trayecto recibí otra llamada, esta vez del Dr. Bi-Cheng. Su inglés era (es) bastante malo, y me costó entender lo que decía. EL mío tampoco es para tirar cohetes, especialmente la pronunciación. Por fin entendí que me esperaba en el Currency Exchange de la entrada. Perfecto, pues. Sin embargo, todavía me hice un lío a la hora de recoger mi maleta facturada. Con los nervios de encontrar al Dr. Bi-Cheng, busqué la maleta en la primera cinta transportadora que vi, creyendo que era la única. Luego vi que en otra estaban descargando maletas de un vuelo procedente de Londres, pero tampoco la encontré. Cuando dejaron de aparecer maletas fui a información a preguntar, entonces me di cuenta de que se trataba de un vuelo diferente al mío, que había llegado hacía más de una hora. La cinta con las maletas de mi vuelo estaba vacía y parada, encontré mi maleta apartada en una esquina. Con todo dispuesto y tras cruzar varias llamadas más con el Dr. Bi-Cheng (descubrí que él me podía enviar sms pero yo a él no), me dirigí a la salida. Me encontré de frente con una barandilla atestada de gente, con folios con el nombre de la persona a la que estaban esperando. Visto desde esa perspectiva, yo había montado un follón por nada. Todo lo que tenía que hacer en un principio era salir de la terminal, coger la maleta y salir del aeropuerto. Perdí casi una hora dando vueltas, la cual se sumó a las cuatro horas de retraso del vuelo.
Encontré casi al final, frente al Currency Exchange, un cartel con mi nombre. Mi sorpresa fue enorme al ver que el Dr. Bi-Cheng semejaba un adolescente, y le acompañaba un estudiante de doctorado del Prof. Fel-Hai (cuyo nombre no recuerdo, pues no lo he visto por escrito y mi memoria es mala hasta para los nombres europeos) que parecía otro adolescente, regordete. Nos saludamos y antes de abandonar el aeropuerto aproveché para cambiar dinero. Recordemos que en Londres el cambio por 5€ era 1,15 libras. Aquí, ya cansado de tantas vueltas, decidí cambiar 50€, por si volvía a perderme y necesitaba comprar comida. Me advirtieron que la tasa era de 60 yuanes, pero no me detuve a pensar si era mucho o poco. El resultado fueron 279 yuanes, en distintos billetes y monedas. Desde luego, de hambre no voy a morir durante mi estancia. Eso espero, vaya. Haciendo un cálculo incluyendo la tasa, el cambio sale a 6,78 yuanes por euro. Tenía entendido que la tasa de cambio era de 7 en el mejor de los casos y que en el aeropuerto solía ser bastante mala, en torno a 5. En fin, mejor.
Fuimos a la parada de taxis de la salida y me encontré con la primera diferencia cultural: aquí no se usan los cinturones de seguridad. Deberían, ya que los vehículos llevan y hay por la autopista señales indicando su uso, pero los asientos del taxi no tenían dónde enganchar los cinturones. Durante el viaje estuve hablando con mis compañeros. El estudiante de nombre desconocido me preguntó si yo estaba casado, me reí y respondí que no. Luego me preguntó por la edad. Cuando le dije que tenía 23 años, ambos se giraron a la vez, sorprendidos. Resulta que ellos, pese a parecer adolescentes, eran algo mayores que yo. El estudiante tiene 26 años y el Dr. Bi-Cheng 30. Yo les parecía muy joven, particularmente cuando dije que estaba en mi primer año de tesis y que era mi primer viaje al extranjero. Tampoco debería extrañarme, ya en España la gente me echa por lo general más años de los que tengo. Durante el viaje desde el aeropuerto a la ciudad vi varias cosas peculiares: coches adelantando por el arcén de la derecha como si se tratase de otro carril; un autobús grande, de dos vagones (no conozco la forma correcta de llamar a eso), circulando con el capó trasero abierto y el motor echando humo; y un coche que se paraba casi en seco, recibiendo muchas pitadas, para atravesar en línea recta cuatro carriles y meterse por un desvío. Recordé que alguien me había dicho que debería traer a China el carnet de conducir, por si me surgía la necesidad. Rotundamente no, gracias. De todos modos, aquí no serviría para nada. Pasamos al lado de edificios descomunales, no como los que estoy acostumbrado a ver en Coruña. Bloques de viviendas de 20 o 30 plantas por doquier, cada ventana con su aire acondicionado correspondiente. El viaje en taxi hasta la universidad, que duró más de media hora, costó 95 yuanes. Me fijé en ese detalle para tener una referencia, sabiendo que había sido un viaje largo. Caro que, cuando pregunté si la universidad estaba lejos del centro de la ciudad, la respuesta que obtuve fue “no, está cerca, a 30Km”. A un paseo, vaya.
Llegamos por fin a la BFU, tras haber pasado frente a otras universidades que tenían su nombre indicado sobre el edificio con letras enormes de neón rojo. El edificio principal de la BFU, que yo había visto en fotos, tiene 12 plantas y es más ancho que alto. Comenté lo grande que me parecía, a lo que mis compañeros se rieron y respondieron que no, que era pequeño. Atravesamos una puerta de seguridad con vigilantes, que me indicaron estaba cerrada a partir de las 19:00 (aunque a menos de 100 metros hay otra puerta abierta las 24h). Esa era la puerta sur a la BFU. La BFU está compuesta por varios edificios, cada uno destinado a una función. Entre los edificios hay carriles para la circulación de coches bicicletas, así como unos jardines amplios y con numerosas plantas, muy bien cuidadas. Me comentaron que había unas 1000 especies, lo cual no me parece descabellado viendo el tamaño de los jardines. Nos dirigimos al edificio principal, el que tiene el nombre de la BFU sobre el tejado. Para acceder tuvimos que pasar por debajo de unas escaleras inmensas, que llevan a la primera planta del edificio. Bajo estas escaleras, frente a la entrada al edificio principal, había estacionadas cientos de bicicletas y motocicletas. Viendo lo grande que es todo en esta ciudad, me explico que la gente prefiera esos medios de transporte a ir andando.
Al entrar en el edificio vi cuatro carteles con fotografías de la policía y advertencias, pero al estar escritos en chino no entendí nada de lo que ponían. Subimos en ascensor hasta la última planta, la 12, donde está el departamento en el cual trabajaré, el cual si no me confundo se llama “Wetlands ecology”. Me fijé al subir en el ascensor que el edificio tiene planta 4, ya que había escuchado que muchos edificios en China omiten esta planta por ser el carácter correspondiente parecido al de “muerte”. Dejé mis maletas en el despacho del Dr. Bi-Cheng, y antes de realizar los trámites necesarios tras mi llegada me detuve unos minutos para ponerme en contacto con mi familia, que no tenía noticias mías desde el día anterior. Fue entonces cuando me explicaron que aquí en China no funciona Gmail, al no funcionar Google, ni tampoco funciona Facebook. No haré comentarios al respecto, ya que implican puntos de vista políticos y no es ese el motivo por el que escribo mis experiencias en China. Puedo sobrevivir sin Facebook perfectamente seis meses, el problema es la cuenta de correo electrónico. Probé el correo de la UDC, Zimbra, y ese funcionaba, pero no me dejaba enviar un correo a mi madre, que usa Gmail, así que me puse en contacto con mi director de tesis en la UDC, el Prof. Sergio Roiloa, para indicarle que había llegado bien y que se pusiera en contacto con mi madre. Parecerá una tontería, no es que yo tuviera necesidad urgente de contactar con mi familia, pero me imaginaba que estarían preocupados al no tener noticias mías.
Conocí entonces al Prof. Peter Alpert, de California, que está realizando una estancia en la BFU, al igual que yo. Haré aquí un pequeño inciso: los profesores Fei-Hai y Roiloa se conocieron hace años mientras realizaban sus postdoctorados en California, bajo la supervisión del profesor Alpert. Es debido a esto que me hallo realizando una estancia en China actualmente. El Prof. Alpert es una eminencia en el campo de las plantas invasoras y he revisado numerosos trabajos suyos como bibliografía para mi tesis. Resulta de lo más agradable (y útil, por descontado) trabajar con gente tan ilustrada. Resultó ser un hombre mayor, con el pelo ya cano, que habla poco pero en un perfecto inglés. También habla algo de español. Finalmente conocí al Prof. Fei-Hai, que me dio la bienvenida a la BFU.
Pasé entonces a realizar una serie de trámites con el Dr. Bi-Cheng, de los cuales no entendí casi nada, pues hablaba en chino con el resto de la gente. Mientras íbamos de un edificio a otro, pasamos entre dos particularmente grandes, uno de 30 plantas y otro de más de 20. Me quedé sorprendido y le pregunté si seguíamos en la BFU. Al no entender la pregunta, pregunté si esos edificios eran parte de la BFU. Me respondió que sí, que eran parte de la residencia femenina. Posteriormente comentó que hacía falta una hora para dar un paseo alrededor de la BFU. Tranquilamente es más grande que todas las facultades y residencias de la UDC juntas, y se trata sólo de la Universidad Forestal. Siempre que comento lo grande que me parece la BFU, la gente se ría y responde que es pequeña en comparación con otras.
Volviendo a los trámites, fuimos en primer lugar al edificio de relaciones internacionales, donde entregué la carta de admisión, otro documento que ellos me habían enviado hace meses por correo y fotocopiaron mi visado. Se aseguraron de que mi estancia en el país fuera a ser menor que el límite del visado, que son 180 días (clase X1, la X2 es para estancias de estudio mayores). A continuación fuimos a solicitar una tarjeta electrónica recargable, para usar por ejemplo en el comedor. Respondieron que las tenían agotadas y que regresara en dos semanas. Fuimos por último a la residencia para estudiantes extranjeros, donde o pensaba que me quedaría. El Dr. Bi-Cheng pensaba lo mismo. Sin embargo, al llegar nos dieron una bolsa enorme con un edredón y una almohada. Recuerdo claramente la escena que ocurrió a continuación, pues parece sacada de un anime: El Dr. Bi-Cheng y yo, agarrando cada uno una de las asas de la bolsa, atravesando una calle con peatones y bicicletas, al lado de una autovía con un paso elevado para cruzarla, enfrente de un hotel con caracteres chinos de neón y un restaurante chino (cómo no) en la planta baja, con soldados de terracota vigilando las puertas.
Todo parece indicar que ese hotel será mi residencia los próximos seis meses. Al registrarme, me dieron una llave electrónica con la que acceder al hotel y abrir la habitación. Por lo visto, este hotel, situado entre dos entradas a la BFU, es el que ocupan los estudiantes extranjeros que no residen dentro del recinto de la universidad. Sucedió que subimos a la última planta, donde está mi habitación, y al abrir la puerta encontramos que había alguien viviendo allí. Mientras esperábamos en el pasillo y el Dr. Bi-Cheng preguntaba si se había producido algún error, apareció un hombre de aspecto árabe, que nos saludó efusivamente. Parecía conocerme y dijo que sería mi compañero de habitación. Cuando se hubo marchado, el Dr. Bi-Cheng y yo intercambiamos una mirada de asombro y él realizó varias llamadas por teléfono, buscando otra alternativa habitacional. Comentó incluso la idea de que me fuera a vivir con él, pese a que su casa sólo tiene un dormitorio y yo tendría que dormir en la sala de estar.
Seguíamos discutiendo las opciones, cuando mi compañero de habitación salió por el pasillo, vestido con atuendo deportivo, y se despidió muy amablemente. Al verlo esta segunda vez, pensé que mi primera impresión de rechazo había sido exagerada, de modo que entramos en la habitación para dejar el edredón y la almohada. No estaba tan desordenada como me había parecido al abrir la puerta por primera vez. Había plantas en la ventana y en el cuarto de baño, incluso una pecera con su pez correspondiente nadando entre las raíces de una. Quitando el desorden general, debido a que el espacio era escaso, la habitación estaba aceptablemente limpia. El baño estaba algo más descuidado, la ducha consiste en losas de piedra separadas del resto del suelo por ladrillos. Un poco rústico, pero suficiente para cumplir las funciones básicas. Véase: dormir, ducharse y usar el retrete.
Ya eran las 17:30 cuando regresamos a la facultad. Salimos a cenar con los profesores Fei-Hai, Alpert y una estudiante de doctorado de Fei-Hai. El lugar escogido resultó ser el restaurante debajo de mi hotel. Teníamos una mesa reservada, de las que son circulares y tienen una plataforma de cristal en el centro, que se hace girar. No me enteré de qué platos se pidieron, pues la conversación fue en chino, pero describiré lo que cenamos: En primer lugar, una fuente con verduras semejantes a césped y carne de ternera. Una especie de hamburguesa con dos bollos de pan, carne picada y cebolla. Un plato de soja con otras verduras (soja de verdad, no lo que venden en los supermercados de España y en realidad son judías Mungo). Un bol con sopa de setas que no llegué a probar. Una fuente enorme de sopa de pescado, con un color amarillo intenso. Un plato con bolas semejantes al helado de nata, que era en realidad patata, cubiertas con salsa morada. Por último, una olla con tofu. Nunca lo había probado antes de venir a China (probablemente el de España sea una imitación mala), pero a presentación era peculiar. La olla, que se apoyaba sobre patas, estaba tan caliente que parte del tofu estaba hirviendo y humeaba. La base de la olla estaba candente por algunos puntos.
Para beber, pedimos cerveza y trajeron además una jarra fría de zumo, morado, de una fruta cuyo nombre no recuerdo pero que pienso comprar, pues estaba delicioso. La cerveza merece mención aparte. Eran botellas de medio litro, con líquido de color claro como el champagne, que supuestamente tenían 10 grados de alcohol. Supongo que la graduación china tiene un factor de conversión del 1000%, porque me la bebí como si de agua carbonatada se tratara, mientras que algunos de los presentes mostraban signos de embriaguez al final de la noche.
Los platos de comida se colocaban en la plataforma de cristal, que se hacía girar cada cierto tiempo (siempre en un mismo sentido) para que todos pudiéramos comer de cada plato. Otra utilidad de la plataforma de cristal son los brindis. Una vez llena la mesa de comida, en lugar de chocar las copas en lo alto, se golpean dos veces contra el cristal y luego se bebe. En lugar de “chin-chin”, que es la expresión típica en España, aquí dicen “cheers”, que es típica de los países anglosajones. Para mi horror, sólo había a la mesa palillos y en el restaurante no tenían tenedores. Sin embargo, tras mucho empeño, conseguí llevarme algo a la boca. Las sopas se tomaban en un cuenco con una cuchara. La de pescado estaba tan picante que no conseguí tomar más de tres cucharadas. Por lo demás, el puré de patata y la soja estaban deliciosos. Cuando pregunté si se trataba de helado, comenzaron a explicarme que se trataba de la “capa protectora” de un animal, haciendo referencia con gestos a la capa de grasa del estómago. Luego dijeron que era una broma, que en realidad se trataba de patata.
Durante los últimos años he tenido ciertos problemas a la hora de alimentarme en España. Digamos que soy bastante tiquismiquis con lo que como. Sin embargo, durante mi estancia aquí pienso ponerle remedio. Si no sé qué estoy comiendo, no tendré problemas para comerlo, así de simple.
Al final de la velada nos dirigimos de nuevo a la universidad. Eran ya las 19:00 y comenzaba a ponerse el sol. Nos despedimos, recogí mis maletas y me dirigí junto con el Dr. Bi-Cheng al hotel. Allí nos cruzamos con mi compañero de habitación, que se ofreció amablemente a llevar mi maleta. Una vez en la habitación, comenzó a hablar en chino con el Dr. Bi-Cheng. Me parecía sorprendente que un extranjero pudiera tener semejante dominio del chino, lo cual me da esperanzas de hacer lo propio. Resultó ser pakistaní y su nombre es Aini. Cuál fue mi sorpresa al enterarme de que se dedica a lo mismo que yo: está haciendo una tesis doctoral en ecología. Incluso me enseñó los manuscritos de varios de sus papers. Lleva un año en Beijing, por lo cual me parece meritorio su forma tan desenvuelta de hablar chino. Tras ayudarme con las maletas y disculparse por el desorden general de la habitación, me dio algunas indicaciones para desenvolverme por la universidad. Un detalle de la habitación, en el que no había reparado anteriormente, es que las camas tienen tablones por los laterales casi hasta el suelo, lo cual impide colocar cosas debajo, ni siquiera calzado. Me parece un error grave de diseño.

Había sido un día largo y agotador (dos días, más bien), así que caí rendido en cuanto me metí en la cama. Dos detalles más: el primero, las ventanas aquí no tienen persianas, sino que se cierran por la noche con cortinas. El segundo, hace tanto calor que las camas no tienen sábanas, se duerme echándose el edredón por encima. Y resulta de lo más cómod